–Señor Nicanor –dijo Michelito, bastante nervioso–. Mire usted, señor piloto Nicanor, le voy a pedir por favor que nos conceda otro deseo, por favor.
–¡¿Otro deseo, Michelito?! ¡Eres un alma inquieta! Por decirlo de alguna manera… Ja, ja, ja.
–Pues le quería pedir que por favor alargara un poco más esta misión, un capítulo más. Es que, señor piloto Nicanor, verá usted, Mica, la Abuela Anastasia y yo nos hemos quedado muy impresionados con la basura espacial en que se convierten las máquinas electrodomésticas mal aprovechadas, mal utilizadas y mal retiradas. Pero…, pero…
–¿Pero qué, Michelito? Los peros a secas se quedan en el peral, no se convierten en deseos ni en peticiones ni en planes.
–Cuando volvamos a la Tierra –siguió Mica la explicación, porque Michelito se había quedado atascado otra vez–, queremos hablar con más conocimiento, datos y exactitud de todo lo que está sucediendo alrededor nuestro; así que necesitaríamos ver en lo que se convierten las máquinas electrodomésticas bien fabricadas, gestionadas, usadas, aprovechadas y retiradas.
–Ja, ja, ja… –les contestó Nicanor, tan simpático y profesional–. Eso quiere decir que tenemos que hacer un viaje mucho más espectacular, un viaje galáctico, poner la nave rumbo a los confines casi infinitos de la Vía Láctea, allí donde comienza Andrómeda. Eso nos puede llevar varios días. ¿No se van a preocupar vuestra madre y vuestro padre si tardamos tanto en regresar?

–Yo creo que no, que ya que nos dieron permiso para la excursión, seguro que a ellos no les importa que se convierta en un viaje intergaláctico –añadió, muy razonable, Mica.
–¡Ay, sí, Nicanor, nunca en mi vida me pude imaginar que llegaría hasta la frontera con Dromedaria! –intervino la Abuela Anastasia.
–Dromedaria, no, abuela. Andrómeda.
–¡Eso es! Androida… ¿Pues qué he dicho?
–Vuestros deseos son órdenes para este piloto. ¡Vamos allá! Tenemos que acelerar y poner la marcha decimoséptima. Agarraos bien, que vamos para allá a toda mecha, pronto llegaremos al cinturón de Kuiper y la nube de Oort.
–¡Yuju! –gritaron a la vez Mica y Michelito.
–¿Nos quedan provisiones? –preguntó, muy profesional y previsor, Nicanor.
–¡De sobra! Tenemos ensaladas de frutos secos, dátiles, legumbres y alcachofas para toda una semana, hasta llegar a Androida –respondió la Abuela Anastasia.
–Pues no se hable más ni perdamos más tiempo. Vigilad que la cápsula con Sandy Wichera y Doña Aspiradora no se desprende. Y vigilad para que Doña Aspiradora, por muy tentador que resulte, no aspire polvo de estrellas, que una vez en la Tierra no se sabe qué efectos puede causar… ¡Allá vamos!
Dicho y hecho.
El cohete salió disparado como un supercohete hasta los confines de nuestra galaxia, la Vía Láctea. El chiste era muy fácil pero la Abuela Anastasia no se pudo resistir:
–¡¡¡Esto es la leche!!!
Con las caras pegadas a las ventanillas circulares, Mica, Michelito y la Abuela Anastasia, por la parte humana, y el Señor Microondas y la Señora Tostadora, por parte de las máquinas electrodomésticas, la tripulación de la misión ECO-L-E.C. (Eco lunas.estrellas.constelaciones) 300 247 / SANDY-ASPI mostraba su asombro con las bocas y dispositivos abiertos. El Universo se presentaba ante ellos como todo un espectáculo multicolor –no sólo azul y grisáceo como muchas veces nos han hecho creer– de estrellas, planetas, cúmulos y nebulosas, pero también de polvo cósmico, materia oscura y energía sin definir, como explicó Nicanor a sus acompañantes. Todo ese conglomerado de fascinantes elementos que iban incluso más allá de cualquier fantasía se condensaba a menudo en formas que podían recordar a imágenes de la Tierra, como espirales, gigantescos anillos, olas o caballos al galope… Y el horizonte se veía continuamente cruzado por los destellos de los cometas, que iban soltando estrellas fugaces.
–¿Veis esos fogonazos? –preguntó Nicanor.
–Sí, son…, son… una pasada… Es que no me salen ni las palabras –acertó a decir Mica, ya que toda la tripulación estaba embobada.
–Eso es lo que desde la Tierra llamamos estrellas fugaces. Al verlas pasar, sobre todo en verano, en los cielos más limpios y en las noches más despejadas, podemos pedir un deseo, con muchas probabilidades de que se cumpla, siempre que el deseo sea razonable y de buen rollo. Además, por eso es importante evitar la contaminación lumínica, evitar alumbrar en exceso nuestros pueblos y ciudades, porque es muy importante poder mirar al cielo para imaginar todo lo que hay por aquí y poder pedir deseos.
–Anda que no he pedido yo deseos en agosto, en la noche de San Lorenzo… –dijo Mica.
–Pues bien, tenéis que saber que todos esos fogonazos, esas estrellas fugaces, aparte de por el propio funcionamiento del Universo, que es tan infinito y complejo que hasta se le escapa a nuestro cerebro, se producen también por otra causa: cuando la materia de las máquinas electrodomésticas bien fabricadas, gestionadas, usadas, aprovechadas y retiradas, y que se ha quedado suspendida en el espacio interestelar, fricciona con el polvo cósmico y las nebulosas.
–O sea que cuando vemos esas estrellas fugaces para pedirles deseos, quizá han sido hace poco lavadoras o frigoríficos o televisores o lavavajillas.
–¡Eso es, Mica! –respondió, muy profesional, Nicanor.
–O sea, que a veces quizá le estamos pidiendo un deseo a una antigua lavadora o aspiradora que tuvimos en casa.
–¡Exactamente, Mica! Eso es lo mejor que les puede pasar. Ya sabéis que, en caso contrario, por una irresponsable retirada de las máquinas electrodomésticas, sin intentar repararlas, reutilizarlas ni reciclarlas, se convierten en esa horrible basura cósmica que hemos visto antes.
–Madre mía, de lo que se viene a enterar una a estas alturas de la vida… y de… y de… la altura del Universo –susurró la Abuela Anastasia.
–A ver si tenemos suerte y pillamos alguna máquina en plena transformación… Es digno de ver –dijo Nicanor.
Dicho y hecho.
–¡Mirad, allí al fondo, entre aquellos dos anillos de polvo cósmico, en la constelación de Orión!
–¡Es un cachivache girando como un loco!
–Ja, ja, ja…. ¡Un cachivache, no, Michelito! Tenemos la suerte de asistir a la transformación de una cafetera en una estrella fugaz.
–Nada mejor para la Vía Láctea. ¡Menudo café con leche más total! –añadió Mica.
–Ja, ja, ja… Suele ser así. Las máquinas empiezan a girar en torno a sí mismas cada vez más deprisa y más deprisa y más deprisa, hasta que se desintegran y se convierten en una superluminosa estrella fugaz.
El Señor Microondas y la Señora Tostadora estaban tan impactados que ni parpadeaban por ninguna de sus aberturas ni rejillas ni orificios. Habían contenido tanto la respiración que, si estuvieran enchufados, hasta podrían provocar un cortocircuito. La señora Tostadora incluso dejó soltar alguna chispita entre sus ranuras.
El espectáculo interestelar realmente era para saltar y soltar chispas.
No todos los días se ve a una cafetera convirtiéndose en una estrella fugaz en los confines de la Vía Láctea con Andrómeda. Vamos, que ni el Circo del Sol ni los efectos especiales de la película Avatar.
–Hay algo que aún no os he dicho –advirtió, de repente, Nicanor–. Que también pueden convertirse en agujeros negros. Si han sido máquinas electrodomésticas poco eficientes, de esas que consumen mucha energía sin ton ni son, a lo loco, se han cargado de tanta energía y tan extraña que, una vez en el Universo, pueden transformarse en agujeros negros. Es decir, en una especie de agujeros que absorben tantas partículas energéticas del Universo que, si te metes en ellos, desapareces… ¿Queréis que nos metamos en uno de ellos?
–¿Pero qué dices, Nicanor, estás loco? ¡No queremos desaparecer!
–Ja, ja, ja. Tranquilo, Michelito, confía en el piloto Nicanor, son muchísimas horas de vuelo entre años luz. Y toda esa experiencia de algo debe servir. Desapareces siempre que no sepas cómo desenvolverte en un agujero negro… Pero yo sí que sé, ¡vaya que sí sé! Los uso a menudo como atajos, para ahorrar tiempo. Os propongo que nos metamos en aquel que se ve allí al fondo, a rayas amarillas y negras, entre Neptuno y Plutón, para llegar a la Tierra y a casa antes, que vuestro padre y vuestra madre quizá estén preocupados. ¿Me dais permiso?
–Bueno –dijo Michelito, no muy convencido.
–Bueno –dijo Mica, no muy convencida.
–Bueno –dijo la Abuela Anastasia, no muy convencida.
–Bueno –dijo el señor Microondas, no muy convencido.
–Bueno –dijo la señora Tostadora, no muy convencida.
–¡Vamos allá! –exclamó, entusiasmado, Nicanor.
Dicho y hecho.
Texto escrito por Rafa Ruiz, periodista y coordinador de El Asombrario.
Ilustración realizada por Raúl Ortiz.
Puedes leer el décimo capítulo aquí.
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