En España se ponen a la venta cada año más de 1 millón de televisores. En el resto del mundo la cifra tampoco se queda corta: 230 millones sólo en 2018. Y cuando colocamos nuestra flamante nueva tele en el salón, ¿qué pasa con la vieja? Exacto. Nos deshacemos de ella. Pero, a pesar de que muchos la llevemos al lugar correcto para su recuperación (punto limpio, punto de entrega o comercio vinculado al programa #GreenShop), cerca de una cuarta parte no es tratada de forma adecuada. Una situación que deja un grave impacto ambiental por los materiales y sustancias tóxicas que contienen estas pantallas.
Cada televisor genera la friolera de 10 kilos de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos a tratar. Esto si es uno de pantalla plana. Si lo que tiramos es un aparato de los antiguos, de esos de pantalla curva y tubo, la cifra supera los 20 kilos. El secreto está, como sucede en muchos casos, en el interior: estos aparatos contienen una carga de componentes muy valiosos tubos de rayos catódicos y pantallas de vidrio recubiertas de fósforo y plomo (los más antiguos), mercurio (las pantallas planas tipo LCD de primera generación), cobre, aluminio, cadmio y plásticos diversos, entre otros (televisores en general).
“Solo el fósforo y el plomo que contiene un televisor pueden contaminar 80.000 litros de agua”. Así lo afirma RAEE Andalucía. Ante este panorama contaminante debemos preguntarnos seriamente: ¿realmente necesitamos cambiar de televisión? ¿O podemos arreglar la que nos ha empezado a fallar y prolongar su vida útil?
Imagen de portada: Unsplash. Gyorgy Bakos
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