Nuria Castaño, periodista especializada en Medio Ambiente.
Algún mecanismo trabado se activó por sorpresa y aquel conejito rosa, que parecía estropeado desde hacía meses, tocó su tambor durante unos segundos sin que nadie lo pusiera en marcha. El breve tamborileo, proveniente de una repisa sobre mi cama, me despertó. Yo debía de tener cinco o seis años y me alegró enormemente que aquel juguete “siguiera con vida”, pero mi madre, asustadiza por naturaleza, no era de la misma opinión. Se llevó el muñeco y, cuando volví a verlo a la mañana siguiente, estaba en el cubo de la basura con una hoja de lechuga cubriéndole la cabeza, a modo de improvisado sombrero.
Hoy, cuarenta años más tarde, soy consciente de que aquel juguete, con tripas de cables, pilas y engranajes, se estaba convirtiendo en toda una amenaza para el Medio Ambiente e incluso para la salud de las personas. Cabe la disculpa de que entonces ni siquiera había contenedores para papel, vidrio o envases… Mucho más lejos quedaba lo que hoy conocemos como reciclaje de aparatos eléctricos y electrónicos. En el mejor de los casos, se podía llegar a una reutilización de algunas piezas, pero nada más.
Hoy no hay excusa posible, existe toda una red para poder gestionar correctamente la basura electrónica. Y aún así, estas Navidades habrán llegado a los contenedores genéricos de nuestro país miles de juguetes integrados por circuitos, baterías, cables y otras piezas que supondrán la contaminación de suelos y aguas subterráneas una vez se depositen en los vertederos.
La compra (y, por tanto, los desechos) de juguetes eléctricos y electrónicos va en aumento. En 2020, como consecuencia de la pandemia y el mayor tiempo en casa, creció exponencialmente la compra de consolas, videojuegos, pantallas, dispositivos inteligentes y otros artilugios lúdicos basados en la electrónica. Se trata de una tendencia al alza con un significativo repunte en la campaña navideña. Para comprobarlo, no hay más que fijarse en los 100 juguetes más vendidos por Amazon, una lista que el gigante de las ventas online actualiza cada hora y que, en el momento en que este post toma formaba, incluía 22 artículos electrónicos para los más pequeños. El número era aún mayor durante los días previos a las visitas de Papá Noel y los Reyes Magos. En esas fechas, en el ‘Top Ten’ de ventas se encontraba un juego interactivo de bloques de construcción de Mario Bross, en el que el popular fontanero -en versión Lego- emitía sonidos y contaba con giroscopio, pantalla LCD, conexión Bluetooth y hasta un sistema de reconocimiento de ladrillos y colores. Este juego, además, consiguió uno de los premios a los “Mejores Juguetes de 2020” de la Asociación Española de Fabricantes de Juguetes, lo que le otorgó un extra de popularidad. Junto a él, entre los más demandados, el Bebé Yoda Animatrónico, es decir, una versión electrónica del personaje de Star War en la serie de televisión ’The Mandalorian‘, capaz de reproducir sus movimientos y sonidos.
Aún es todo un misterio cuántos Mario Bross interactivos y cuántos Baby Yoda electrónicos llegarán al contenedor genérico en los próximos años, cuando dejen de funcionar o sus pequeños propietarios se cansen de ellos, pero los esfuerzos del sector del reciclaje de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE) y la normativa vigente nos hacen ser optimistas.
Por persona, generamos de media unos 12 kilos de RAEE al año, buena parte de ellos en Navidad. Reducir y reutilizar resulta especialmente importante cuando se trata de aparatos electrónicos, porque así reducimos impactos negativos en el Medio Ambiente y evitamos amenazas para la salud. Y cuando entran en desuso, pueden volver a la vida y generar riqueza gracias al reciclaje. Es el digno final que merecen los juguetes, por las muchas sonrisas infantiles que han producido durante su vida útil. Ninguno de ellos debería terminar en el cubo de la basura, con una hoja de lechuga haciendo las veces de sombrero.
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