Lo fácil es criticar a otros sin pararnos a pensar si nosotros lo hacemos mejor. Cuando vemos basura tirada en la calle o en la playa, cuando vemos a líderes mundiales que deberían tirar de la ambición e impulsar la acción necesaria para ejercer un mando decidido contra una de las graves amenazas a las que se enfrenta la humanidad como es el cambio climático y comprobamos que no lo hacen, no podemos evitar sentir una mezcla de sentimientos que van del enfado a la decepción.
Pero mirar a larga distancia requiere no pasar por alto lo inmediato, lo cercano a nosotros, aquello en lo que podemos influir y donde sí tenemos capacidad de actuación. En cada gesto cotidiano, en cada decisión de compra o de movilidad está la diferencia individual que, a poquitos, se convierte en una ola colectiva. No podemos decir que no haya datos suficientes ni información para que cada ciudadano ponga su granito de arena.
Quizá bastaría por empezar a analizar actitudes que tenemos interiorizadas y de las que a veces ni siquiera somos conscientes de lo erróneas que son: Basta con mirar las aceras de las ciudades, llenas de huellas de chicles, colillas, papelitos de todo tipo, excrementos animales y de un año a esta parte, del residuo ‘de moda’, las mascarillas.

Estudios científicos realizados en los últimos años, como el de Ocean Conservancy a través de la iniciativa internacional de limpieza de costas, concluye que solo en 2015, en torno a 800.000 voluntarios en cien países recogieron casi 8.200 toneladas de basura en las playas, unos 14 millones de objetos recogidos de los que 2,1 millones eran colillas. En España el proyecto de ciencia ciudadana Libera afirma que ni las bolsas, ni las botellas, ni las mascarillas son el residuo abandonado más numerosos: Lo son las colillas, tanto en tierra como en el mar. Precisamente, la prohibición de fumar en interiores, que obliga a hacerlo en la calle, ha podido incrementar este gesto de tirar al suelo la colilla, según afirma un estudio de Keep Britain Tidy que analiza la evolución en Gran Bretaña.
Además de perjudicial para la salud de quien inhala el humo del cigarrillo y de quienes le rodean la interacción de las colillas con la naturaleza es letal para el agua y para especies de fauna como las aves, insectos y pequeños mamíferos, ya que los filtros tienen nicotina, hidrocarburos que funcionan como insecticidas; acetato de celulosa no biodegradable, además de sustancias como el cadmio, arsénico, nicotina, toueno, metanol, alquitrán… entre otros muchos compuestos. Estos, cuando entran en contacto con el agua provocan efectos devastadores. Se estima que una sola colilla puede dañar entre 8 y 10 litros de agua del mar y hasta 50 litros de agua dulce y cada año, solo en España, se consume una media de 32.800 millones de cigarrillos. Por lo tanto, los fumadores tienen un papel clave a la hora de conservar el entorno.
Otro gesto nocivo, y que levante la mano quien no lo haya hecho alguna vez, es tirar aceite por el fregadero. Parece que todo se va por el grifo, pero la cuestión es donde se va y qué efectos tiene. La solución es tan fácil como verter ese aceite usado e incluso el de una lata de atún a una botella de agua de plástico vacía para después llevarla a los cada día más numerosos contenedores naranjas distribuidos en todas las ciudades y, pasar con un papel de cocina el fondo de la sartén antes de fregarla.
Lo mismo ocurre con la magia del retrete que, aunque muchos no lo crean, no hace desaparecer todo por arte de Birlibirloque. Al wáter, lo que es del wáter, pero nada que no lo sea: ni toallitas, ni elementos de higiene femenina, ni restos de comida. No solo perjudica al medio ambiente sino al sistema de saneamiento y depuración de aguas, que año tras año no deja de incrementar el presupuesto destinado a solucionar los efectos de ‘los monstruos de las cloacas’.
La elección a la hora de gestionar nuestros residuos es una de las claves que marcan la diferencia entre el ciudadano que contribuye a mejorar su entorno y el que no. Los residuos domésticos han de ser separados adecuadamente en el hogar. Cierto es que no todas las casas tienen espacio como para contar con contenedores específicos para cada flujo de residuos, pero una solución puede estar en poner separadores dentro del mismo cubo y colocar en ellos en vez de una bolsa, dos más pequeñas.
Grave impacto ambiental supone desechar un microondas, un secador de pelo en el cubo de basura normal y ahí no hay excusas. Gestores de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos como Fundación Ecolec, se encargan de reciclar desde los cepillos de dientes eléctricos, las tablets, los teléfonos, frigoríficos, planchas o microondas cuando dejan de funcionar. La basura electrónica también, como las colillas, puede contener sustancias perjudiciales tanto para el medio ambiente como para la salud humana tales como el cadmio, mercurio, plomo, arsénico, aceites peligrosos y algunos gases contaminantes, necesarios para su funcionamiento, pero que exigen una correcta gestión.
Ni que decir tiene que el abandono de microplásticos es nocivo asimismo y aunque está en marcha una nueva regulación a nivel europeo para su eliminación, estos son abundantes aún en numerosos productos de higiene y cosmética, por lo que lo recomendable sería evitar su uso.
Coger el coche para ir a la vuelta de la esquina a comprar el pan es otra conducta a evitar por su impacto en la calidad del aire.
La alimentación, ese melón que cada vez que se abre invita a la polémica, es otra área en la que cada decisión de compra o elección de consumo incide en el entorno y sin postularme sobre el número de veces a la semana en que hay que consumir, carne, pescado o insectos o no hacerlo, donde sí podemos esforzarnos es en evitar el desperdicio alimentario. La FAO calcula que un tercio de los alimentos que se producen en todo el mundo acaban en la basura. La cifra es escandalosa por cuestiones no solo ambientales sino éticas, con millones de personas que no tienen un plato de comida que llevarse al estómago.
En definitiva, la aportación de los esfuerzos individuales al bien colectivo es una cuestión de actitud. Solo basta con pararse a pensar y analizar como podemos cada uno mejorar las cosas, sin esperar a que los líderes mundiales hagan cada año tímidos y deslavazados avances en casi cualquier asunto.
Eva González, periodista especializada en Medio Ambiente.
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