
¿Conocen Genalguacil? Sin duda, es uno de los pueblos más sorprendentes y cautivadores de nuestra geografía. Está enclavado en las montañas del Valle del Genal (Málaga) y en sus calles puedes toparte con una “Supermana” a punto de saltar al vacío, un señor de mosaico que observa los hermosos paisajes a través de un televisor con marco de madera o auténticas manadas de leoncillos japoneses que se asoman sobre los alféizares… En este pequeño municipio de apenas 600 habitantes, se celebran cada dos años los Encuentros de Arte y Naturaleza (siempre que ninguna pandemia se interponga). Ya van camino de 200 los artistas que han dejado sus obras en las calles de Genalguacil o en su Museo de Arte Contemporáneo. Es un pueblo que lucha contra el despoblamiento con su genuina fórmula magistral: el valor del arte y el de la propia naturaleza que le rodea.
Un día, al doblar una de las esquinas de las estrechas calles de Genalguacil -en donde el viento era tan presente que ni macetas ponían las vecinas-, me vi bajo un arco compuesto por sillas, bicicletas e instrumentos musicales. Me contaron que era el “Arco del Viento. Memorias del Genal”, obra del artista Isidro López Aparicio. Me gustó, pero fue después, durante mi visita al museo, cuando le encontré sentido. Allí proyectaban un audiovisual donde las mujeres del lugar, auténtica memoria viva del valle, explicaban por qué cada una de ellas había buscado para el artista algún objeto en desuso: trompetas abolladas que años atrás habían pertenecido a bandas de música; sillas de la escuela que ya sobraban, porque cada vez hay menos niños; bicicletas en cuyas ruedas quedó marcado el trasiego por los caminos rurales… Aquella obra era la historia del pueblo y de su despoblamiento progresivo. Y también una muestra de cómo los objetos están cargados de vida y se les puede dar otra oportunidad a través de la reutilización y el reciclaje.
Hoy me he acordado de aquel pueblo y de aquella instalación artística y he sentido la necesidad de charlar con su autor. Me habían contado que, en sus obras, Isidro López Aparicio usaba cables, electrodomésticos viejos, aparatos electrónicos desechados… Todo apuntaba a que nuestra conversación sería interesante, pero no tenía ni idea del concepto que aquel afamado granadino iba a presentarme, cargado no sólo de sostenibilidad ambiental, sino también de una profunda ética.
Trabaja como profesor investigador en la Universidad de Granada y es integrante del Instituto de Investigación para la Paz y los Conflictos. El cóctel de valores lo completó con la realización del I Master Europeo de Gestión Medioambiental. “Para mí el arte no es mera cuestión estética, es un modo de acercarme al mundo y entenderlo de forma más global”, explica. Puede sonar a simple palabrería si no conocemos la parte práctica del asunto… Al grano: si Isidro hace una obra con decenas de auriculares -que hecha está-, no los ha comprado en el chino de la esquina ni los ha pedido a un punto limpio; él ha ido guardando todos y cada uno de los auriculares que le han entregado en trenes, aviones y autobuses durante más de quince años. Y un día, el concepto artístico se fragua en su mente: “estos auriculares muestran la vida actual, llena de trasiego y desplazamientos” -comenta-. Y es entonces cuando realiza la obra.
Otra de sus instalaciones artísticas, expuesta en una muestra internacional en la Bienal de Arte de Amán (Jordania), la realizó apilando monitores y otros aparatos electrónicos de una emisora de televisión que había sido clausurada. Aprovechando el circuito de vigilancia instalado en abierto en los campos de refugiados sirios, consiguió que su mole de residuos eléctricos y electrónicos retransmitiera el día a día de esas personas, una realidad dolorosa que invitaba a la reflexión.
También ha usado cables de ordenador y ratones para trenzar con técnicas de macramé dos petos, en una particular forma de reivindicar la artesanía y la sostenibilidad. Y obsoletas impresoras de chorro de tinta conectadas en serie que hacían mover lápices para componer su producto. Montañas de residuos eléctricos y electrónicos rescatados de instituciones que no los gestionaban correctamente le han servido de materia prima, de inspiración y de motivo de reivindicación, “porque el concepto de la sostenibilidad trasciende a la propia palabra”.
Es cierto, va más allá. Hasta el Arco del Viento del Genalguacil toma un sentido más puro y profundo cuando se une a la tradición a la que rinde homenaje. Cada primavera, cuando el patrón del pueblo pasa en procesión bajo el arco, la obra de Isidro hace un guiño a esas mujeres que veneran al santo y que en su día le entregaban al artista aquellos objetos que, según ellas, ya no servían para nada, pero que volvieron a la vida… Milagros del arte, del reciclaje y, según para quién, quizás también del santo.
Escrito por Nuria Castaño, periodista especializada en Medio Ambiente.
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