Relamerse con la miel extraída por uno mismo de sus propias colmenas es un placer comparable al de morder un tomate o unas fresas recién cogidas de un huerto. La apicultura es una actividad ganadera profesional a la que cada año se suman decenas de aficionados en cada pueblo y ciudad.

En total, España cuenta con más de 3 millones de colmenas que producen más de 33.000 toneladas de miel, la mayoría de las cuales se exporta. A pesar de su alta calidad, los españoles apenas consumen 0,8 kilogramos por persona y año frente a los casi 2 kilos por persona y año en Alemania. La apicultura representa el 0,44 por ciento de la actividad final ganadera del país y la producción de miel, cera y polen genera unos 62 millones de euros.
Aunque las cifras no parezcan muy elevadas, este sector, que destaca por su alto nivel de profesionalización, por encima de la media europea, no ha dejado de crecer en España en los últimos años. Además, en cada ejercicio los datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación reflejan un incremento sostenido del sector en España, que concentra el 16 por ciento de las colmenas de la Unión Europea.
Temidas en la mayor parte de las ocasiones por desconocimiento y admiradas casi en la misma medida, las abejas despiertan una mezcla de fascinación, ternura, admiración y temor. Frágiles y poderosas, trabajadoras hasta la extenuación, ejemplo a estudiar por su sistema de comunicación, generadoras de productos llenos de beneficios, las abejas se enfrentan a una suma de amenazas, la mayor parte de ellas de origen antropogénico.
El ritual de ponerse un traje de apicultor, encender un ahumador, abrir la tapa de una colmena y escuchar su zumbido genera una adrenalina inicial difícil de explicar que rápidamente se torna en una absoluta paz, la de contemplar el orden de la naturaleza, el perfecto equilibrio todo dentro de una misma caja en la que conviven unas 20.000 abejas, comandadas todas ellas por una reina. Esa contemplación hace al humano sentirse pequeño, solo uno más del orden natural y la cadena trófica.
Cuando la reina envejece, el programa de la sucesión jerárquica se pone en marcha, de modo que antes de que la reina vieja abandone su hogar, una nueva reina nace para iniciar un nuevo reinado de unos cuatro años, si todo va bien.
Y ese es precisamente el problema, que las cosas no van bien para los polinizadores, que últimamente se enfrentan a múltiples amenazas. El cambio en el sistema agrario producido en la segunda mitad del siglo XX, en especial desde la concentración parcelaria junto con el uso y abuso de pesticidas y ciertos herbicidas han reducido notablemente el número y la variedad de flores en el campo. Cunetas, linderos, cultivos variados, cañadas y servidumbres eran el sustento no solo de las abejas de la miel, sino de miles de especies de polinizadores.
Otra de las amenazas a las que se enfrentan en cada vuelo, cada vez que sale una abeja de su piquera, es la avispa asiática, que llegó en un buque mercante a Europa procedente de China y que desde Francia ha ido extendiéndose por el norte de la Península Ibérica. Esta especie exótica invasora se alimenta de polinizadores y ha provocado la muerte de miles de colmenas en todo el país, donde avanza unos 50 kilómetros cada año sin que las soluciones que plantean las administraciones sirvan más que de mero parche y no logran frenar su expansión.
Pese a todas las incertidumbres y amenazas, quien visita un colmenar rara vez sale corriendo. La mayoría de las veces ese visitante queda tan fascinado que busca una nueva oportunidad de volver, de repetir, de involucrarse, de aficionarse. Lo peor de las abejas no es que te piquen, es que te metan su “veneno”, del que no puedes librarte y acabes irremediablemente convirtiéndote en apicultor. Se trata de una bella actividad, una afición que te conecta con el entorno, con la biodiversidad y que te convierte en un exquisito catador de miel.
Pero, al mismo tiempo, esta actividad puede generar una oportunidad en poblaciones rurales, las más aquejadas por la despoblación y el abandono rural en esa mal llamada España “vaciada” porque precisamente es ahí donde más biodiversidad y riqueza floral y menos competencia pueden encontrar las abejas. Ahora que tras el confinamiento hemos sido conscientes de la necesidad de reconectarnos con la naturaleza, la apicultura es una bella afición con la que poner un pequeño granito a la polinización y a la mejora de la biodiversidad pero, sobre todo, egoístamente, el beneficio holístico es aún mayor para el humano que su práctica.
Eva González, periodista especializada en Medio Ambiente.
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