Con más de un año y medio de retraso a consecuencia de la pandemia del coronavirus y tras constatar el fracaso del cumplimiento de objetivos establecidos hace una década, hoy comienza de manera virtual la XV Conferencia de las Partes de la Convención de Biodiversidad de Naciones Unidas (CDB), que celebrará una segunda parte de forma presencial en la ciudad de Kunming (China) durante la primavera de 2022.
Frenar la pérdida de biodiversidad era el reto ya a principios de siglo, cuando los países acordaron lograr ese objetivo en 2010, pero la fecha llegó sin avances y la comunidad internacional se dio una prórroga de una década más.

Pero este plazo tampoco fue suficiente y ahora, en sinergia con la lucha contra el cambio climático, los países de la CDB vuelven a ampliar su margen. Entre los objetivos para mitad de siglo destacan una serie de hitos intermedios para 2030 entre los cuales figura limitar la contaminación agrícola y por plásticos. Además, sobre la mesa consta una propuesta planteada por un grupo de países que se han bautizado como la Coalición de la Alta Ambición para lograr la protección del 30 por ciento de la superficie del planeta de aquí a 2030. Sin embargo, la iniciativa no cuenta con un respaldo lo suficientemente unánime como para llegar al puerto del compromiso suscrito.
Mientras los ministros se ponen de acuerdo en los puntos y comas del documento final, firman protocolos, prometen financiación, meten las manos en harina, la realidad es que la biodiversidad no vive sus mejores momentos. Así lo reconoció el último informe global del Convenio de Biodiversidad Biológica ya en 2014, que apuntaba que una de las mayores causas de la pérdida de biodiversidad se debe a las presiones vinculadas a la agricultura, que abarcan en torno a un 70 por ciento de la pérdida estimada de biodiversidad terrestre, por lo que recomendaba “reorientar las tendencias de los sistemas alimentarios, buscar una producción sostenible y restaurar los servicios ecosistémicos en paisajes agroecológicos”.
Durante las semanas más duras del confinamiento, desde la ventana tuvimos tiempo de contemplar cómo la naturaleza recuperaba espacios, pero aquello, que ya suena lejano y apenas fue un espejismo de lo que podía ser.
No todo el mundo está de brazos cruzados, en 2019 un equipo internacional de científicos en el que participaba el Consejo Superior de Investigaciones Científicas demostró por primera vez a gran escala geográfica que tener parcelas pequeñas con cultivos más variados favorece la biodiversidad, tanto de plantas como de animales y señalaban que esta podría ser una medida alternativa que contribuiría a frenar la pérdida de espacios naturales. Uno de los investigadores del CSIC que participó en el estudio, Lluís Brotons, explicó que reducir el tamaño de las parcelas de 5 a 2,8 hectáreas genera el mismo beneficio que aumentar la proporción de hábitats semi-naturales del 0.5 al 11 por ciento.
Esto demuestra que, sin esperar a los grandes acuerdos multilaterales, cada decisión individual o colectiva de los distintos sectores tiene sus consecuencias. Por ejemplo, cada actuación de los agricultores en la gestión de los cultivos puede repercutir para bien o para mal en la biodiversidad. Sin embargo, no todo el peso ha de caer en este sector que lucha cada día contra numerosos avatares, no solo los meteorológicos, sino contra la regulación, el mercado, la despoblación y, en buena medida, la falta de comprensión desde las urbes.
Las ciudades, por tanto, también tienen un papel importante que jugar a la hora de mantener y potenciar la biodiversidad. Un ejemplo que podría copiarse en buena parte de los municipios españoles es el proyecto puesto en marcha hace un par de años en el municipio de Brent, en el gran Londres, donde han creado un corredor de flores de 11 kilómetros que recorre de norte a sur la ciudad para favorecer la vida de los polinizadores, como abejas, mariposas, insectos y en el que niños y mayores pueden correr.
El concejal de medio ambiente de Brent, Krupa Sheth, constató que el 97 por ciento de los prados de flores silvestres había desaparecido en Gran Bretaña desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La idea tiene su réplica en España, donde la Asociación de Naturalistas del Sureste (ANSE) quiere crear corredores de abejas en localidades de Murcia, Alicante y Albacete, siguiendo la idea londinense.
Red Eléctrica de España y el CSIC, por ejemplo, han puesto en marcha un proyecto que a grandes rasgos consiste en crear autopistas de biodiversidad a lo largo de las redes de tendidos eléctricos, tras darse cuenta de que las bases donde se asientan los postes pueden albergar insectos, pequeños mustélidos y mamíferos por lo que la red, además de transportar electricidad puede conectar la naturaleza.
Cada ciudadano puede influir en su día a día en su entorno más inmediato, cada vez que consume, al elegir depositar sus residuos en el lugar correspondiente, al reducir el desperdicio alimentario o el transporte a motor. Así que la excusa de “los políticos no hacen nada” no sirve en este caso. No hace falta esperar a que lleguen los grandes compromisos internacionales que, no cabe duda, son un acicate a la hora de orientar las políticas y, sobre todo, el necesario dinero para adaptar las políticas que logren devolver a la biodiversidad todo su esplendor.
Eva González, periodista especializada en Medio Ambiente.
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